viernes, 11 de septiembre de 2015

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NACHO (1)

IV
ABATIDO

Fortuna, imperatrix mundi dejó de sonar cuando David Arregui descolgó el móvil.
-¿Lilith? –preguntó.
Un silencio absoluto sacudió el hogar de los Arregui. Nacho continuaba lo suficiente pegado a la puerta para dibujar su aliento en la madera, intentando adivinar qué decía el interlocutor al otro lado de la llamada. Pero su esfuerzo resultó en vano. Al rato, unos pasos ligeros, los de su padre, se alejaron hasta el umbral de la cocina dificultando la improvisada tarea de espionaje del muchacho. Esperanza no abandonó su posición; o al menos eso intuyó el chico al no escucharla andar. Cuando Nacho ya había desabrigado toda esperanza por zanjar algunas de las dudas que se batían en su mente, oyó balbucear a David Arregui.
-Seguid con el plan previsto –sentenció-. Ejecutadla…
Nacho languideció tapándose la boca con las manos, instintivamente.
El rugido de un trueno retumbó a través de la cortina de agua que se derramaba sobre Vigo. Gracias a los sonidos que el chico logró distinguir en el mutismo del hogar vislumbró la escena que habría sucedido a continuación al otro lado de la puerta. Su padre finalizaría la llamada dejando caer el móvil sin importarle la resquebrajadura de la pantalla táctil al impactar contra el suelo. Luego permanecería inmóvil, como si hubiera olvidado qué hacía o incluso dónde estaba. Finalmente, caería postrado de rodillas, abatido en un aspaviento de desgarro.
En su absurda empresa por hallar respuestas a las preguntas que le agitaban, Nacho tan sólo logró sembrar todavía más. No concebía la delirante orden que su padre acababa de decretar. La única idea que barajaba, por absurda que fuese, era que David Arregui hubiese acordado terminar, con la ayuda de un cómplice, con la atormentada vida de alguno de sus enfermos terminales; ésos que, según él, ya no tienen salvación. No obstante, algo no encajaba. La eutanasia era ilegal en España y Nacho lo sabía ya que, en las clases de Ética y en su casa, lo había debatido con determinación. El muchacho siempre tuvo su ferviente opinión ante el delicado tema: si un paciente sufriese sin límites y no existiese ninguna posibilidad de cura, el médico podría acelerar la muerte del enfermo sin dolor físico para salvarle de una lenta agonía. David Arregui compartía la misma teoría que su hijo sobre la eutanasia; sin embargo, nunca se atrevería a quebrantar el Código Internacional de Ética Médica sobre los deberes de los médicos hacia los pacientes. Entonces, ¿por qué Esperanza le había confesado que su marido sollozaba y se pasaba las noches en vela? ¿Por qué evadía a toda su familia? Nacho suspiró sin dar crédito a sus propios pensamientos. Meditaba la posibilidad de que ciertamente David Arregui hubiese consumado la vida de uno de sus pacientes terminales. Esa inclinación tan sólo le aportaba una conclusión: su padre iría a la cárcel por perpetrar lo que en España se consideraba un crimen.
-Cariño –masculló Esperanza, arrastrando las palabras-. ¿Estás bien?
Nacho Arregui escuchó en silencio. Al principio, a su padre le faltó la voz para responder.
-David –suplicó la mujer, sin aliento.
-No necesito ayuda, ya es muy tarde para eso…
El muchacho alzó la mirada con el ceño fruncido. El vaho de su resuello se dibujaba en la puerta. Algo marchaba mal. No sabía qué, pero algo no iba como era debido, y eso le inquietaba. De repente, un sonido le sobresaltó. Nacho lo reconoció casi al instante: una notificación del Facebook. Al mismo tiempo, al otro lado de la puerta, David Arregui se abrió paso a través de la penumbra del corredor y entró en su habitación. A Esperanza no le faltó tiempo para alcanzarle entre sollozos y cerrar la puerta tras de sí. El chico vaciló si debía seguir los pasos de su madre y, en el cuarto de sus padres, asaltarles para investigar sobre las preguntas que le hostigaban. Sin embargo, sabía que no era conveniente hacerlo esa noche; lo prudente sería esperar un nuevo día. En el foco de una tormenta todo aparenta ser más confuso.
Nacho retornó al rincón de su escritorio y tomó asiento. Aunque por el momento hubiese decidido no interponerse en los asuntos sombríos de su padre, seguía pensando que algo no marchaba bien. Además, la imagen de David Arregui como asesino seguía paseando por su cabeza con desinteresada frescura y morbosidad. Tras procurar apartar esa idea de su mente, el muchacho escrutó la pantalla del portátil para conocer la nueva notificación del Facebook; Ángel Vázquez le había hablado.
-¿Sabes qué es lo mejor de que te rompan el corazón? –le preguntó.
-No –declaró Nacho Arregui.
-Que sólo se rompe de verdad una vez. El resto son heridas superficiales.
Nacho meditó las palabras de su amigo, mirándolas largamente.
-Supongo que tus palabras me tendrían que animar, ¿no?
-Sí. Ese era el plan…
Arregui cerró los ojos y suspiró.
-No sé si lo has conseguido o no, pero la verdad es que es una buena frase para un libro, Ángel.
-Todo tuya. Te la regalo. Aunque bueno…, he de confesar que pertenece a El Juego del Ángel de Zafón.
Unos segundos de silencio.
-¿Crees que es cierta? –inquirió Nacho.
-Completamente.
-Hablas como si a ti también te hubiesen roto el corazón…
-Qué más da. Lo importante es que lo sé, y punto –replicó Ángel.
-¿Te lo rompieron? ¿Quién?
-Nadie.
-Ángel…
-Estamos hablando de ti, Baquetas.
-¿Fue María? –insistió Nacho.
-No.
-¿Quién?
-Nadie –amenazó su amigo.
Nacho dudó.
-¿Por qué no…?
-… ¿te lo cuento? –atajó Ángel Vázquez-. Porque quién precisa ayuda eres tú, Baquetas, y porque desde que Zoey te dejó hace dos semanas ya no eres el mismo, y porque si bien durante estos cuatro últimos días nos has hecho creer que ya estás mejor y que has superado la ruptura, en el fondo estás roto.
Nacho suspiró con amargura.
-Es posible que hayas conseguido engañar a la gente alegando que ya eres el de siempre y que, tras unos duros y difíciles días, has logrado pasar página y olvidarte de ella –concedió Ángel-. Pero con nosotros, tus mejores amigos, eso no funciona. Isma, Guillermo y yo te conocemos demasiado bien; no puedes ocultarnos tu interior. No somos de tu sangre, pero igualmente somos hermanos. Familia. Recuérdalo por siempre.
-Lo haré –anunció Nacho, lidiando con sus lágrimas-. Te lo prometo…
El fragor de los relámpagos se disipaba con el transcurrir de la noche. Un breve silencio sobrevino al último mensaje del muchacho.
-Escucha, Baquetas: no estoy seguro de si me incumbiría preguntarte esto y de si a ti te gustaría hablarlo. Pero opino que debo saberlo para poder ayudarte y…
-Suéltalo ya –sentenció Nacho.
-Vale. Bien. Allá va: ¿Qué sucedió entre vosotros? Zoey y tú erais la pareja perfecta; la que a casi todo el mundo le gustaría ser. Os envidiaba, Nacho. Si María y yo comenzásemos algo, me encantaría que fuese similar a vuestra relación. Erais muy felices, eso nunca lo he dudado.
Arregui apretó los labios, colmado de rabia.
-Lo fuimos. Tuvimos alguna pequeña pelea, como cualquier pareja. Pero éramos muy felices. Jamás llegué a pensar que nuestro amor tuviese fin…
Ángel tuvo que tolerar una pausa dramática que su amigo precisaba para no decaer.
-¿Entonces?
-Es difícil de explicar –replicó Nacho.
Su semblante se descompuso y los ojos se le hicieron agua. Una procesión de recuerdos le asaltaron en imágenes que guardaba con cierto recelo desde principios de diciembre. Abrió los ojos y, rescatando todo su valor, tecleó con vehemencia su confesión.

-Creo que mi padre está detrás de todo.